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poniéndoos arriba mismo del elogio y declarando todos los elogios
inferiores a vuestro valor. Luego, con verdadera nobleza, digna de un
príncipe, hizo la ruborosa crítica de sí mismo y reprendió su
turbulenta juventud con tal gracia, que parecía animado por dos
espíritus simultáneamente, el de maestro y el de discípulo. Luego
calló; pero permitidme declarar ante el mundo entero que, si sobrevive
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al odio de esta jornada, jamás la Inglaterra habrá tenido tan bella
esperanza, tan mal interpretada en sus desvaríos.
HOTSPUR.- Pienso, primo, que te has enamorado de sus locuras;
jamás oí hablar de un príncipe tan desenfrenadamente libertino. Pero,
sea lo que sea, quiero antes de esta noche, estrecharlo en mis brazos
de soldado, hasta ahogarlo bajo mi caricia. A las armas! a las armas,
con prisa! Compañeros, soldados, amigos, mejor que yo, que no se
hablar, exalte el sentimiento del deber vuestro ardor y entusiasmo.
(Entra un mensajero)
MENSAJERO.- Milord, una carta para vos.
HOTSPUR.- No puedo leerla ahora. Caballeros, el tiempo de la vida
es muy corto, pero gastado ese breve plazo cobardemente, sería
demasiado largo, aunque, cabalgando sobre la aguja de un reloj, la
vida se detuviera al cabo de una hora. Si vivimos, vivimos para hollar
cabezas de reyes; si morimos, hermosa muerte, cuando príncipes
mueren con nosotros! Ahora para nuestra conciencia, bellas son las
armas, cuando se levantan por una causa justa.
(Entra otro mensajero)
MENSAJERO.- Preparaos, milord; el rey avanza rápidamente.
HOTSPUR.- Gracias le sean dadas porque me corta mi cuento; no
hago profesión de elocuencia. Una palabra sola: que cada uno haga
cuanto pueda. Y saco aquí mi espada, cuyo temple juro enrojecer con
la mejor sangre que encuentre en los azares de este día peligroso.
Ahora Esperanza! Percy! y adelante. Que resuenen todos los
instrumentos soberbios de la guerra y abracémonos bajo ese acorde,
por que, apostaría el cielo contra la tierra, que muchos de nosotros no
podremos renovar esa cortesía.
(Suenan las trompetas; se abrazan y salen)
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ESCENA III
Llanura cerca de Shrewsbury.
(Movimientos de tropas.- Escaramuzas.- Toques de carga- Luego
entran, de diferentes lados, Douglas y Blunt.)
BLUNT.- Cuál es tu nombre, tú que me cierras el paso en la batalla?
DOUGLAS.- Sábelo, pues; mi nombre es Douglas. Y si te persigo así
en el combate, es porque alguien me ha dicho que eres el rey.
BLUNT.- Te han dicho la verdad.
DOUGLAS.- Lord Stafford ha pagado cara hoy su semejanza contigo;
porque, en vez de ti, rey Enrique, esta espada le ha quitado la vida; así
hará contigo, a menos que no te entregues prisionero.
BLUNT.- No nací hombre de rendirme, soberbio escocés; encontrarás
en mí un rey vengador de la muerte de Stafford.
(Combaten. Blunt es muerto)
(Entra Hotspur)
HOTSPUR.- Oh Douglas, si así hubieras combatido en Holmedon,
jamás habría triunfado de un escocés.
DOUGLAS.- Todo ha concluido! Victoria! He ahí el rey tendido sin
vida.
HOTSPUR.- Dónde?
DOUGLAS.- Aquí.
HOTSPUR.- Éste, Douglas? No, conozco muy bien su cara; un bravo
caballero era, su nombre Blunt; estaba vestido como el rey.
DOUGLAS.- (Mirando el cadáver) Que un loco acompañe tu alma, do
quiera que vaya! Caro pagaste un título prestado! Porqué me dijiste
que eras el rey?
HOTSPUR.- Muchos marchan con el rey, vestidos como él.
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DOUGLAS.- Por mi espada, voy a atravesar todas esas cotas
parecidas, haré pedazos todo su guardarropa, pieza a pieza, hasta que
encuentre al rey.
HOTSPUR.- Arriba y adelante! Nuestros soldados sostienen
gallardamente la jornada. (Salen)
(Nuevos toques de alarma)
FALSTAFF.- Si en Londres podía librarme de pagar mi escote, tengo
miedo que aquí no haya escape; aquí no hay moratoria, hay que pagar
con el cuero... Despacio! Quién eres tú? Sir Walter Blunt! Vaya un
honor! Fuera la vanidad: ardo como plomo derretido y no peso menos,
Dios me preserve del plomo. No necesito más peso que mis propias
tripas. He conducido a mis perdularios a un punto donde los han
sazonado en regla; de mis ciento cincuenta solo quedan tres con vida;
pero no servirán mientras vivan sino para mendigar a las puertas de la
ciudad. Mas quién llega?
(Entra el príncipe Enrique)
PRÍNCIPE ENRIQUE.- Cómo? Te estás aquí, ocioso? Préstame tu
espada. Muchos caballeros yacen muertos y pisoteados bajo los cascos
de los arrogantes jinetes enemigos y cuyas muertes no han sido
vengadas. Te ruego, préstame tu espada.
FALSTAFF.- Te suplico, Hal, déjame respirar un momento. Jamás el
turco Gregorio llevó a cabo tantas hazañas como las a que he dado
acabado fin en este día. He arreglado las cuentas a Percy y está a buen
recaudo.
PRÍNCIPE ENRIQUE.- Lo está, a la verdad; vive para matarte.
Préstame tu espada.
FALSTAFF.- No, por Cristo! Si Percy aun vive, no te doy mi espada;
pero si quieres, toma mi pistola.
PRÍNCIPE ENRIQUE.- Dámela. Cómo, está aun en la pistolera?
FALSTAFF.- Ay, Hal! Está caliente, caliente como para saquear una
ciudad entera!
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PRÍNCIPE ENRIQUE.- (Sacando una botella de la pistolera de
Falstaff) Te parece éste el momento de bromas y burlas? (Le tira la
botella y sale)
FALSTAFF.- Bien, si Percy está vivo, lo atravieso de parte a parte... si
se me cruza en mi camino, bien entendido, porque, si soy yo quien voy
a su encuentro, acepto que me convierta en carbonada. No me gusta
esa gloria con mueca que tiene Sir Walter Blunt. Dadme la vida; si
puedo conservarla, tanto mejor; si no, ya vendrá la gloria sin que la
busque y todo habrá concluido. (Sale)
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