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que representaba para �l. El viejo Harriman intentaba reprimir la excitación que lo pose�a
ante la perspectiva de inmediata realización de su largamente acariciado sue�o.
- Se�or Harriman...
- �Eh? �Qu� ocurre, Charlie?
- �Qu� tiene que hacer un tipo para volverse tan rico como lo es usted?
- �Volverse rico? No lo s�; nunca intent� volverme rico. Nunca me preocupó ser rico, o
famoso, o cualquier cosa as�.
- �Eh?
- No, yo sólo pretend� vivir mucho tiempo y ver todo lo que ocurr�a. Y no era nada
excepcional; hab�a montones de chicos como yo... radioaficionados, y constructores de
telescopios, y aeromodelistas. Ten�an sus clubs cient�ficos, y sus laboratorios
improvisados, y sus revistas de ciencia ficción... el tipo de muchachos que pensaban que
hab�a m�s aventura en un n�mero del Electrical Experimentar que en todos los libros que
hubiera escrito nunca Dumas. No pretendimos ser nunca h�roes nacionales, tan sólo
quer�amos construir espacionaves. Y bien, algunos lo conseguimos.
- Jes�s, hace usted que suene excitante.
- Era excitante, Charlie. Fue un siglo maravillosamente rom�ntico, pese a todo lo malo
que ten�a. Y a cada a�o se hac�a m�s maravilloso y m�s excitante. No, nunca pretend�
volverme rico; sólo deseaba vivir lo suficiente para ver a los hombres volar hacia las
estrellas y, si Dios era bueno conmigo, ir yo mismo al menos hasta la Luna. - Depositó
cuidadosamente un cent�metro de blanca ceniza en el cenicero -. Fue una buena vida. No
tengo nada de qu� quejarme.
Mclntyre echó hacia atr�s su silla.
- Si ya est�s listo, vamonos, Charlie.
- De acuerdo.
Se pusieron en pie. Harriman fue a decir algo, pero hizo una mueca y se agarró el
pecho con una mano, con el rostro p�lido como la tiza.
- �Suj�talo, Mac!
- �Dónde est� su medicina?
- En el bolsillo de su chaqueta.
Lo llevaron hasta su sillón, rompieron una peque�a c�psula de cristal en un pa�uelo, y
lo acercaron a su nariz. El l�quido contenido en la c�psula, al volatilizarse, pareció
devolver a su rostro algo de color. Hicieron lo poco que pod�an hacer, y luego aguardaron
a que recuperara el conocimiento.
Charlie rompió el intranquilo silencio.
- Mac, no podemos llevarlo con nosotros as�.
- �Por qu�?
- Ser�a un asesinato. Nunca podr� aguantar la aceleración inicial.
- Quiz� no, pero �l quiere intentarlo. Ya lo has o�do.
- Pero no podemos permit�rselo.
- �Por qu� no? No es asunto nuestro, ni tampoco asunto de ese maldito gobierno
paternalista que tenemos, el decirle a un hombre que no arriesgue su vida si �l realmente
desea hacerlo.
- De todos modos, no creo que sea correcto. No con una persona tan noble como �l.
- Entonces, �qu� es lo que quieres hacer con �l... llevarlo de vuelta a Kansas City para
que todas esas viejas arp�as se le echen encima y lo encierren en una casa de salud
hasta que se le destroce el corazón?
- Nooooo... eso no.
- Entonces sal afuera y termina de una vez esas malditas pruebas. Yo ir� en seguida.
Un destartalado coche apareció al d�a siguiente, levantando nubes de polvo en el
desierto, y se detuvo frente a la casa. Un hombre corpulento, con un rostro serio pero
afable, salió y avanzó hacia Mclntyre, que se dirig�a hacia �l.
- �Es usted James Mclntyre?
- S�, �qu� ocurre?
- Soy el asistente del comisario federal aqu�. Traigo una orden de arresto contra usted.
- �Cu�les son los cargos?
- Conspiración para violar la Ley de Seguridad en el Espacio.
Charlie se unió a ellos.
- �Qu� ocurre, Mac?
- Usted debe ser Charles Cummings, supongo - respondió el asistente -. Traigo otra
orden de arresto contra usted. Y tambi�n otra contra un hombre llamado Harriman, y otra
orden para incautar su nave del espacio.
- No tenemos ninguna nave del espacio.
- Entonces, �qu� es lo que guardan en ese gran cobertizo?
- Un yate estratosf�rico.
- �De veras? Entonces lo incautar� hasta que aparezca la nave. �Dónde est�
Harriman?
- Ah� - se�aló Charlie, ignorando las se�as de Mclntyre.
El asistente giró la cabeza. Charlie no falló el golpe ni por un mil�metro; el hombre cayó
blandamente al suelo. Charlie se lo quedó mirando, frot�ndose el pu�o y murmurando
algo para s� mismo.
- Maldita sea... el mismo dedo que me romp� jugando al b�isbol. Nunca se me va a
curar del todo.
- Mete al viejo en la cabina - le cortó secamente Mac -, y �tale las correas.
- A tus órdenes, capit�n.
Sacaron la nave fuera del hangar con un tractor, la giraron y la orientaron cara al
desierto para tener suficiente campo para el despegue. Subieron a ella. Mclntyre vio al
asistente del comisionado federal por la ventanilla de estribor; se hab�a puesto en pie y los
miraba desconsoladamente tras ellos.
Mclntyre se sujetó el cinturón de seguridad, se ajustó el cors� de vuelo y habló por el
tubo que comunicaba con la sala de m�quinas.
- �Todo listo, Charlie?
- Todo listo, capit�n. Pero todav�a no podemos despegar, Mac... �no hemos bautizado
la nave!
- �No hay tiempo para tus supersticiones!
La d�bil voz de Harriman les llegó:
- Ll�menla la Lun�tica... �es el nombre m�s apropiado!
Mclntyre apoyó la cabeza en el respaldo almohadillado, empujó dos palancas, luego
otras tres en r�pida sucesión, y la Lun�tica alzó el vuelo.
- �Cómo se encuentra, Papi?
Charlie estudió ansiosamente el rostro del viejo. Harriman se humedeció los labios y
trató de hablar.
- Muy bien, hijo. No podr�a estar mejor.
- La aceleración ya ha pasado; ahora todo ser� m�s f�cil. Le voy a desatar para que se
sienta m�s cómodo. Pero creo que ser� mejor que no se mueva de la litera. - Soltó las
correas. Harriman reprimió a duras penas un gemido -. �Qu� ocurre, Papi?
- Nada. Absolutamente nada. Sólo que no me apriete mucho por este lado.
Charlie pasó sus dedos sobre el costado del anciano con el firme y delicado toque de
un mec�nico.
- No crea que va a enga�arme, Papi. Pero no puedo hacer mucho por usted hasta que
alunicemos.
- Charlie...
- �S�, Papi?
- �Puedo ir hasta la portilla? Me gustar�a ver la Tierra.
- Todav�a no puede verla; la nave la oculta. Tan pronto como giremos yo mismo le
llevar�. Ahora tómese estas p�ldoras; duerma un poco, ya le despertar� cuando llegue el
momento.
- No.
- �En?
- Quiero estar despierto.
- Como usted quiera, Papi.
Charlie trepó como un mono hasta la proa de la nave, y se sujetó a los asideros de la
silla del piloto. Mclntyre le consultó con la mirada.
- S�, est� vivo y aguanta - dijo Charlie -, pero est� mal.
- �Qu� tiene?
- Como m�nimo dos costillas rotas. Y no s� qu� m�s. No s� si llegar� al final del viaje.
El corazón le lat�a espantosamente.
- Llegar�, Charlie. Lo peor ya ha pasado.
- �T� crees? Es tan delicado como un canario.
- Estoy seguro de que llegar�. �l quiere llegar... y eso es lo que cuenta.
- De todos modos, ser� mejor que procures alunizar lo m�s suavemente posible para
que llegue todo de una pieza.
- Lo har�. Dar� toda una vuelta alrededor de la Luna y tratar� de aterrizar en una curva [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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